- Eso fue lo que pensé al principio, pero
cuando entré al club empecé a sospechar otra cosa.
- ¿Por qué, Pilín? ¡Cuénteme!
Mientras tanto, ahí, abajo del ombú, la
multitud seguía quieta, con las cabezas ligeramente inclinadas hacia arriba y sonriendo
en absoluto silencio. De manera que el gordo y yo seguíamos hablando en voz muy
baja, casi en un susurro, como si tuviéramos miedo de despabilarlos. Él,
apoyando su espalda en la pared, y con los ojos cerrados. Yo, a su izquierda,
tratando de seguir su relato.
- Resulta que a medida que me iba cruzando
con los pibes, me di cuenta de que pasaba algo raro. Estaban todos contentos, pero
a mí me miraban raro, como con bronca. Hasta que llegué al bufet. Ahí estaba el
Yilé, el jefe de la barra, leyendo el diario. Así que me animé, y le pregunté cómo
habíamos salido.
- ¿Y?
- No me olvido más, Dotor. Me dijo: “Uno a
uno, gordo. Íbamos ganando desde los dos minutos del primer tiempo, y los hijos de puta nos empataron a los
treinta y siete del segundo. Fueron ocho minutos de terror, pero lo aguantamos ¡Ascendimos!
¡Estamos en la B! Ahora, vos: ¿Me querés decir dónde carajo te metiste?”. Y yo
le expliqué lo del bar, y que me parecía que me había quedado dormido porque
nos habíamos tomado unas cervezas de más.
- ¿Y qué le contestó ese muchacho?
- Me
dijo: ¡Quince días te dormiste, gordo! ¡Flor de pedo tendrías!
- ¿Quince días?
- Tal cual, Dotor. Yo no entendía nada, pero
le pedí el diario al Yilé, y miré la fecha. Era así, nomás. Y en la parte de
deportes ya ni hablaban del partido.
- ¿Y usted qué hizo, entonces?
- Y, nada, Dotor. Qué iba a hacer. Me hice el
boludo, le cambié de tema.
Evidentemente la mención que acababa de hacer
el gordo acerca de ese tal Yilé que era el jefe de la barrabrava en el 94,
confirmaba la historia que me había contado Anchoa, acerca de que él y su troupe de investigadores habían ido cooptando a la hinchada hasta quedarse con
la conducción. No quise indagar cómo había sido desplazado Yilé, pero me
imaginaba que no habría sido en una amable y civilizada asamblea de hinchas,
precisamente. De todos modos, no quise avanzar por ese lado, para no deschavar
al detective, que lo había tenido engañado al gordo desde quién sabe cuándo.
En ese momento, un sonido nos distrajo. Era
el rozar de miles de suelas contra el piso, que en toda la superficie del
terreno debajo del ombú, estaba formado por un pedregullo fino, como hay en los senderos
de algunas plazas.
Sin abrir los ojos, Pilín me preguntó casi en un susurro:
- ¿Qué están haciendo ahora?
- Es extraño. Giraron todos a la vez y se
quedaron mirando para la izquierda, hacia una escalera que hay pegada a la
medianera, que pareciera que va hasta el primer piso.
- Bueno, entonces tengo unos minutos más para
terminar de contarle.
Esa última frase de Pilín me hizo sospechar
que el muchacho de alguna manera conocía cómo se iban sucediendo las distintas
etapas en la formación de los decididores, que a esa altura no había dudas que
eso eran esos miles de chicas y muchachos que en ese momento estaban de perfil,
firmes, como un pequeño ejército mudo bajo el ombú. Así que le seguí la
corriente al gordo:
- Cuente tranquilo. Yo le aviso si hay algún
cambio.
- Bueno, resulta que con el tiempo los pibes
se fueron olvidando del asunto, pero a mí nunca se me fue el entripado. ¡Cómo
me voy a perder el partido donde Excursio consiguió el ascenso, Dotor!
- Y, la verdad que debe haber sido fulero, Pilín.
Máxime que Anchoa me contó que usted lleva el verde y blanco en el corazón desde muy purrete.
- Sí, Dotor. Sobre todo porque al año
siguiente volvimos a descender, y desde entonces la venimos peleando en la C. La
cosa es que hace un par de años, justamente, aparecieron por el club Anchoa y
los otros cuatro. Enseguida me avivé que ni ahí eran hinchas de Excursio, y que
andaban investigando algo que tenía que ver con lo que me había pasado a mí ese
día del uno a uno con Liniers, así que me les pegué como una estampilla, para ver
si descubrían algo.
- Mecachendié, nada es lo que parece…
- ¿Cómo dijo, Dotor?
- No, nada, Pilín.
- Y bueno, con la excusa de hacerles los
chori, me quedaba boludeando en las reuniones que hacían en el cuartito del
club, y paraba la oreja. Ya le dije. Como dos años me la pasé haciéndome el
gil.
- ¿Entonces usted sabe desde un principio que
Anchoa y los otros muchachos…
- …son investigadores. Por supuesto, Dotor.
Seré gordo y de voz finita, pero no soy boludo.
- Y entonces, ¿cómo siguió la historia?
- Bueno, igual que usted, me fui enterando de
que la clave del asunto está en el ombú, y que el día ese que anduve dando
vueltas en pedo alrededor del árbol, me mandé un viaje en el tiempo. Así que
como no me puedo morir sin ver ascender a Excursio a la B, tengo que volver a
aquel día. Para eso tengo que dar la vuelta al revés, no sé si me entiende.
El silencio se interrumpió nuevamente con ese
sonido de suelas raspando el pedregullo del piso.
- ¿Y ahora, qué pasa?
- Empezaron a caminar hacia la escalera.
- Me queda poco tiempo. Le termino de contar.
El resto del relato de Pilín tuvo como música
de fondo ese ruido apagado y áspero de miles de pequeños pasos sincronizados avanzando hacia la
escalera que teníamos a nuestra izquierda, adosada a la medianera. Era
realmente notable cómo esa enorme cantidad de gente se movía en forma ordenada
y rápida, sin atropellarse, a pesar de que la escalera, cuyo ancho sólo permitía
que subieran de a uno en fondo, le provocaba un importante cuello de botella a ese
flujo humano.
- La cosa, Dotor, es que para cuando me avivé
que tenía que volver acá para dar la vuelta al ombú, ya habían clausurado la
puerta de metal, y la habían tapado con unos cajones. Así que hoy me decidí, y
me vine temprano para el bar. Me senté en una de las mesas que están cerca del
mostrador, y me tomé un café con leche mientras esperaba que empezara el asunto
ese de las luces, y la música
-¿Y?
- Y bueno, en el momento que la piba, el rolinga,
la gorda de la caja y el rubio de la cocina quedaron todos duros mirando el
techo, saqué la pinza ésta que me había traído en la mochila, tiré los cajones
a la mierda, y rompí el candado. Y acá estoy ¿Ya subieron todos?
- Van quedando unos pocos abajo. Están al pie de la escalera.
- Bueno, ya me voy entonces. Deséeme suerte,
Dotor.
Entonces abrió los ojos, parpadeó un par de
veces, despegó su enorme corpachón de la pared, y se alejó resoplando, caminando
hacia el ombú con las piernas separadas, remando el aire con las palmas de las
manos hacia atrás. Al observar la dificultad con la que se desplazaba, no me
animé a mencionarle mi teoría acerca de que cuanto más lejos quisiera uno
viajar en el tiempo, con más velocidad debería dar la vuelta. Me imaginé que no
iba a poder retroceder más que unos pocos días, como mucho, pero no quise quitarle
la ilusión. Si no tuviera los achaques propios de mi edad, hasta lo hubiera
acompañado, y hubiera intentado rodear el ombú aún más rápido que él, para poder
retomar cierto asunto con una señorita, que quedó trunco hace unas cuantas
décadas.
Cuando estaba a mitad de camino, recordé
algo, y le grité:
- ¡Pilín! ¡Pero el Doctor Pascualini dijo que
según sus cálculos, la masa corporal que llegó desde el pasado, corresponde a
dos personas! ¿Quién es el otro, entonces?
El gordo se paró en seco, giró torpemente sus
150 kilos, y se quedó unos segundos mirándome fijo a los ojos, para después
volver a darme la espalda y retomar su camino, hasta desaparecer de mi vista,
detrás del enorme tronco.
Creo que me puse colorado.
- CONTINUARÁ -
...y quedan dos... Hasta dónde habrá llegado Pilín? Ya lo dije, lo jodido de leer El Bar de Lacroze calentito es aguantar una semana hasta el siguiente capítulo...
ResponderEliminarPor ser un secreto esto del ombú, ya va siendo mucha la gente que lo sabe. Pongan una garita en la entrada y cobren peaje...!
ResponderEliminarEl Gordo era bien gordo, caramba!
Abrazos!