"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 2 de octubre de 2011

31 - Topo

Al salir de la semipenumbra del cuartito a la luz exterior, quedé cegado por unos segundos. Lo suficiente como para perderlo de vista a Anchoa.



Cuando recuperé la visión, lo ví subiendo de a dos en dos los escalones de la tribuna donde habitualmente se ubican él y el resto de la barrabrava para alentar al equipo.
Lo seguí como pude, y logré observar que se acercaba a uno de los paraavalanchas, sobre el cual, con la agilidad de un pájaro, hacía equilibrio y alternaba flexiones con pequeños saltitos el Topo, su alter ego y lugarteniente.
Llegué boqueando, y el Topo se bajó de un salto, con la presteza que ya me había sorprendido aquel día en que había ido abuscarlo a Anchoa en el medio de un partido contra Midland.

- ¡Cómo le va, Doctor! me saludó con su sonrisa canchera.
- Bien, ¿y usted, señor Topo?
- Y, ya lo ve, practicando…

Anchoa nos invitó a sentarnos, y quedé entre ellos dos, los tres en la tribuna solitaria, mirando cómo el viejito de la boina a cuadros seguía regando la cancha. Los pibes de las inferiores habían dejado de trotar, y hacían abdominales tirados en el piso.

- Bueno, Tordo. Acá el Licenciado Leandro Topolovsky le va a poder aclarar algo respecto a su inquietud con respecto a los sonidos.
A esa altura ya casi nada me sorprendía, así que con total naturalidad le dije al Topo:
- Seré curioso, Licenciado Topolovsky. ¿Cuál es su especialidad?
- La Historia, Doctor. Soy historiador, y estoy haciendo la tesis para doctorarme. Mi tema abarca los barrios de Belgrano y Colegiales, y estoy enfocado especialmente en la historia de la calle Lacroze.
- ¡Ah! ¡Pero mire qué interesante! Giré la cabeza hacia mi izquierda, y le dije en el oído a Anchoa:
- ¿Y qué me va a poder explicar este licenciado sobre los sonidos que estuve escuchando en el bar?
- No hace falta que ande secreteando, hombre grande…Entiendo que le cueste relacionar una cosa con la otra, pero lo va a entender si le decimos que lo que usted estuvo escuchando son ecos.
- ¿Qué?
- Ecos. Ecos del pasado
- Eso parece el nombre de un radioteatro, qué quiere que le diga.
- Doc, si no se concentra, no vamos ni para atrás ni para adelante…
- Bueno, dele, me concentro todo lo que puedo. No se olvide que me pasé la noche en vela.
- No me olvido, Tordo. Lo de los ecos, como los llamamos nosotros, es como un efecto colateral de la anomalía disruptiva del devenir temporal que se produce en la manzana del bar.
- ¡Qué lo tiró, Anchoa! ¿Cómo pretende que me concentre si me habla de esa manera? ¡Hágame el favor, simplifique un poco!
- Tiene razón, Doc. Quiero decir que lo que usted estuvo escuchando, seguramente son sonidos del pasado, que por alguna razón, se manifiestan en el presente. Es como que cuando se altera el tiempo en el bar, en algún punto del pasado se produce una especie de vórtice, o de remolino, para ser más explícito.
- ¿Y?
- Y entonces ese remolino temporal genera una especie de fuerza centrífuga, por la cual salen disparados algunos elementos. Pareciera que, según los estudios del Doctor Pascualini, los sonidos, por estar constituídos por ondas, son lo suficientemente sutiles como para ser despedidos del susodicho remolino. Ahí es donde entra la teoría del EntrelazamientoCuántico.
- A la pucha. Entonces, los sonidos salen disparados del pasado, y llegan hasta el futuro.
- Ahí lo va comprendiendo
- Y como el futuro del pasado es el presente, yo los estuve escuchando hace nada más que unas horas.
- Así es. No podríamos precisar exactamente hace cuántas horas, porque a usted se le ocurrió dar la vuelta manzana, y ahí hubo un pequeño desfasaje.
- Sí, pequeño. De siete horas
- Pero lo corregimos cuando yo lo llevé a hacer el camino inverso. Pero nos estamos dispersando, Tordo. Volvamos a los sonidos. ¿Nos podría describir lo mejor posible qué fue lo que escuchó?
- Bueno, lo primero que me llamó la atención, fue que cuando Doña Moderación se movía adentro del bar, en el silencio de la madrugada, a pesar de que el piso es de baldosas, sus pasos sonaban como a hueco, y rechinaban…
- El piso de madera de la botica, me interrumpió el Licenciado Topolovsky.
- ¿Eh?
- A principios del siglo XX, según mis investigaciones, el primer comercio que funcionó en el edificio que hoy ocupa el bar, fue una botica. Usted sabe, lo que sería el precedente de las farmacias actuales. Como en todas las construcciones que se levantaban sobre Lacroze, que por entonces se denominaba Colegiales, en referencia al colegio y la capilla que los jesuitas tenían cerca de lo que hoy es el Cementerio de la Chacarita, lugar donde nace la avenida, los pisos eran de tablas de roble que iban clavadas sobre tirantes, los que a su vez reposaban sobre pequeños pilares de ladrillo de unos treinta centímetros de altura, que apoyaban directamente en la tierra. De esta manera, se formaba debajo del piso una cámara que hacía que al caminar, sobre él, sonara a hueco. Y, por otra parte, sobre todo cuando la edificación era reciente, la madera tenía tendencia a rechinar, hasta que se terminaba de asentar.

Me dejó con la boca abierta con tanta erudición, pero me sobrepuse y lo interrogué:
- ¿Y qué me puede decir de otro sonido, que provenía aproximadamente del sector que está entre la mesa de pool y la escalera caracol, donde Doña Moderación almacena las gaseosas y las cervezas…
- Arriba de la mesa de billar
- Sí, desde ese lugar. Era como un entrechocar…
El Licenciado Topolovsky y Anchoa se miraron, y dijeron casi al unísono:
- ¡Las carambolas!
- ¡Me caigo y me levanto! ¡Fue lo que me pareció cuando lo escuché! Pero como era de madrugada, y en el bar sólo estábamos la encargada y yo, o sea que no había nadie jugando al pool, pensé que estaba sufriendo una especie de alucinación auditiva por la falta de sueño.
- Es que las carambolas que escuchó, no eran de pool, Tordo. Eran de billar. Explicale, Topo.
- Es tal cual como dice Anchoa, Doctor. Para la década del veinte la botica había dado paso a uno de esos negocios que combinaban un almacén con un bar. Generalmente estos comercios funcionaban en una esquina, con la entrada del almacén por una calle y la del bar por la otra. Éste fue uno de los pocos que se establecieron en un local a mitad de cuadra. Luego de un tiempo el almacén dejó de funcionar, y todo el local quedó ocupado por el bar, que pasó por la mano de varios propietarios, funcionando como treinta años básicamente como despacho de bebidas. Pero en los cincuenta un inmigrante italiano se hizo cargo del establecimiento, y agregó la mesa de billar que actualmente está fuera de servicio y sirve como depósito de botellas. Esa fue la época de oro del bar. Era una cita obligada para los muchachos del barrio, que se pasaban tardes enteras dándole al taco y la tiza.
- ¡Un emprendedor, el tano! Interrumpió Anchoa
- Sí, en los registros a los que pudimos acceder, consta la habilitación del local como bar, billares y despacho de bebidas, según la Ordenanza Municipal Nº 2303/58, bajo  el número de expediente 1238. Pero lamentablemente a la carpeta le falta el folio donde debería figurar el nombre del propietario. Usted sabe con qué descuido suelen guardarse los legajos en los archivos de la Municipalidad.

Al escuchar los números de ordenanza y de expediente que acababa de mencionar el Topo, se hizo una conexión en mi cerebro, que me llevó a buscar automáticamente la libretita en el bolsillo interior del saco.
Las manos me temblaban, pero como pude busqué la hoja donde había tomado nota de lo que decía el cartel municipal que había visto al lado de la puerta del bar cuando estuve participando de la observación sentado en la mesa de la vereda, bajo la lluvia.
Leí atropelladamente:
- Pe…Pe…PePePe…Per…
- ¿Qué le pasa, Tordo? ¿Ahora se va a poner a cantar el carnaval carioca? ¡Esto es una investigación seria, hombre!
Ya no me salía ni siquiera el tartamudeo, así que le pasé la libreta al Licenciado Topolovsky

- ¡Pernoglio! ¡F. Pernoglio! ¡Eso es lo que el Doctor estaba tratando de decirnos, Anchoa! ¡Acá está el nombre del italiano que puso la mesa de billar! ¡Todo el resto de la información coincide con lo que tenemos nosotros! ¿De dónde sacó estos datos, Doctor?

- Los copié de un cartel que estaba en el frente del bar antes de ayer. Nunca antes lo había visto, y hoy a la mañana ya no estaba.



Anchoa y el Topo se miraron con una mezcla de estupor y preocupación. Entonces Anchoa dijo:



- Esto cambia las cosas. Hay que avisarle a Pascua. 


- CONTINUARÁ -

1 comentario:

  1. Espero con ansias la continuación! Estoy con sinceridad lleno de estupor, aunque todavía no llego a preocuparme. ¿Debería?
    Abrazos!!

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