"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 30 de octubre de 2011

35 - Decididores


- ¿Usted dice que todos esos que salen hablando por celular con cara de salame son decididores?
- Efectivamente.
- ¿O sea que Decisiones Express tiene sus oficinas, o su colcenter, como se dice ahora, ahí arriba del bar?
- No precisamente, Doc. Digamos que ahí se forman. Pero creemos que no hay un call center físicamente constituído. Los decididores trabajan sin horario fijo, y sin tener que estar encerrados en un cubículo oscuro. Hay que reconocer que el aviso que se difundió por las redes sociales no mentía.
- A ver si entendí. Usted dice que alguien se avivó de que el desparramo que se arma con el transcurrir del tiempo en la zona cercana al ombú provoca además efectos en la mente de las personas que están cerca del susodicho vegetal.
 - Tal cual.
- Y que esos efectos consisten en una especie de fuerte hipnosis que permite introducir en la mente de esa gente lo que a uno se le ocurra
- Así es, Tordo. Siga que va bien.
- No, Anchoa. No sigo, porque acá se me plantea una duda.

Me dedicó una de sus miradas de suricata, como si supiera lo que le iba a preguntar, y mientras sonreía torciendo la boca para el lado del cual le colgaba el pucho, me preguntó socarrón:
- ¿Cuál duda, mi estimado?
- Si el servicio que tienen que brindar los decididores de Decisiones Express es tan sencillo como ayudarle a uno precisamente a decidirse en las pequeñas cosas cotidianas de la vida, como lo hicieron cuando los consulté sobre lo que podía pedir para comer aquella vez, ¿Qué necesidad hay de lavarle el cerebro a esa pobre gente, digo yo?

Completó la sonrisa estirando la otra comisura, y con un brillo en los ojos me contestó:
- Doc, usted a veces me emociona. Está adquiriendo una capacidad de análisis y por qué no decirlo, una intuición investigativa, con  las que tranquilamente podría ser un miembro estable del staff de Investigaciones Globales.

Creo que me sonrojé cuando escuché esas palabras de Anchoa, pero traté de disimularlo.
- ¡Vamos, hombre! No se me haga el zalamero, y acláreme la duda, hágame el favor.
- Está bien, pero usted no se me haga el modesto. La conclusión a la que hemos arribado en base a los datos que hemos recolectado hasta el día de hoy, es que Decisiones Express es una pantalla que oculta algo mucho más pesado que una simple asesoría en materia de pequeñas decisiones cotidianas basada en la telefonía celular.
- ¡A la pucha! Dije, mientras sacaba el teléfono celular del bolsillo del saco, y lo miraba con aprensión, como si estuviera sosteniendo una granada de mano a punto de estallar.
- Tranquilícese, Tordo, y déjeme que le siga explicando
- Lo estoy escuchando, Anchoa.
- Habrá notado que cada vez nos estamos haciendo más dependientes de ese aparatito que usted tiene en la mano en este momento, no?
- Tiene razón. Yo me resistí durante mucho tiempo, pero la verdad es que si uno necesita hacer un llamado mientras anda por la calle, no queda otra que tener uno, porque ya prácticamente no quedan teléfonos públicos.
- Es como usted dice, Doc. Además, progresivamente vamos delegando en el celular actividades que antes resolvíamos mediante el uso de nuestras capacidades mentales.
- Me perdí otra vez.
- No es tan difícil. Fíjese que estos aparatos vienen cada vez con más funciones. Y una de las más básicas es un directorio que puede almacenar cientos de números telefónicos.
- Tal cual. Yo tengo algunos grabados.
- Bueno, la mayoría de la gente ya no recuerda ni el número de su propia casa. Simplemente busca “casa” u “oficina” o “taller mecánico” en el directorio, aprieta el botoncito verde para llamar, y listo.
- Exactamente. Es lo que yo hago. Pero no entiendo la relación con los decididores.
- Fácil, Doc. Así como uno se acostumbra a la comodidad de llamar a cualquiera de sus contactos sin tener que esforzarse en recordar el número, quien está detrás de Decisiones Express busca, de a poco, con sutileza, hacernos a todos dependientes de su servicio. Ya comprobó usted que ante la duda, es mucho más sencillo llamarlos y que ellos decidan por uno.
- Sí, todo muy bonito. Pero esa vez que lo intenté, lo único que conseguí fue que Doña Moderación me sacara de un brazo de adentro del bar para salvarme de que Orellana y el cocinero me molieran a palos.
- Bueno, Tordo, tampoco me subestime a mí ni a Pilín, que estuvimos ahí para hacerle el aguante. Pero no nos desviemos del meollo de la cuestión, que veníamos bien
- No es que me quiera apartar del tema. Es que usted me recordó el incidente. Y la verdad es que el servicio a mí me funcionó bastante mal. Las tres o cuatro veces que llamé para que me dijeran qué pedir para almorzar, me atendió una persona diferente, y cada uno me indicó un menú distinto. Por eso Orellana se calentó y pasó todo lo que usted ya sabe.
- Lo entiendo. Creemos que están perfeccionando el sistema, para que una vez que lo atiende un operador, sus siguientes llamadas sean derivadas siempre al mismo. Con la tecnología actual es bastante sencillo. Pero lo que nos importa es que estamos convencidos de que, como le venía explicando, el servicio que le brindaron a usted y a tanta otra gente que los llama a toda hora, es nada más que un señuelo, un anzuelo, como decirle…
- ¡Una engañapichanga!
- Si quiere decirlo en castellano antiguo, está bien: una engañapichanga. La idea es que llegue un momento en el que así como ya no usamos la memoria para marcar un número, dejemos de usar nuestra propia voluntad para tomar decisiones, desde las más insignificantes hasta las más trascendentales. Para eso va a estar Decisiones Express.
- Suena siniestro
- Lo es, mi estimado Doc. Lo es.

En ese momento  frenó junto al cordón de la vereda una camioneta bastante destartalada. El que iba al volante era el Licenciado Topolovsky, y a su lado, el Doctor Pascualini. En la caja, Fusa y Popote. Arriba de ese móvil estaba Investigaciones Globales en pleno. Menos el Soldado, claro, que seguía desaparecido. Pascua se asomó por la ventanilla y gritó:

- ¡Anchoa! ¡Vamos rápido para el Club, que llamó Pilín avisando que quieren entrar los de Cambaceres para afanarnos los trapos!

Fusa le tendió una mano, y el detective Choa  trepó de un salto a la caja con su agilidad de suricata.
Desde ahí arriba me dijo, mientras la camioneta se ponía nuevamente en marcha:

- ¡Imagínese a esa organización funcionando a pleno en un día de elecciones!



- CONTINUARÁ -

domingo, 23 de octubre de 2011

34 - Trámites


- Acá está el cafecito. Disculpame que demoró un poco, pero la máquina express se había trabado, y con  la abue tuvimos que...
- Está bien, Señorita. No importa
La interrupción de Candela me vino como anillo al dedo. Me tomé el café de un trago, sin problema alguno, porque estaba bastante frío, y le dije a Anchoa que acababa de recordar que tenía que hacer un trámite en el banco.
El detective me miró entrecerrando sus ojos de suricata, y con cara de no creerme, me dijo:
- Vaya nomás, Tordo, que no se le haga tarde. Yo pago el café.

En realidad, lo que yo quería, a esa altura de los acontecimientos, era quedarme un rato a solas para tratar de ordenar toda la información que venía recogiendo, casi a  mi pesar, desde que me había empezado a relacionar con el detective Alfredo Naum Choa y sus colaboradores de Investigaciones Globales.

Así que encaré para el lado de Cabildo, para que fuera más creíble mi excusa, ya que en la avenida hay varias sucursales bancarias.

Como tenía en la cabeza más bien una mescolanza, traté de clasificar los disparates que me habían estado contando, y mis propias experiencias de esos últimos días, para poder analizarlos por separado, a ver si así se me clarificaba un poco el panorama.

Por un lado, estaba Orellana, que tras el incidente provocado por los decididores de Decisiones Express, había dejado de trabajar en el bar, aunque en dos oportunidades lo habíamos visto retirarse como a escondidas, las dos veces justo después de que terminaba de salir la multitud por la puerta celeste.

Ahora bien. Este asunto con el correntino, que a mí en principio me había parecido de lo más misterioso, había pasado a un segundo plano a partir del momento en que comencé a involucrarme en la investigación de Anchoa y su equipo. Porque, además de esa gente tan rara que vimos salir por la puerta celeste, todos hablando por celular, siempre al concluir esa combinación de luces, música extraña y aroma a sahumerio que se derramaba por el bar, por las ventanas del instituto del primer piso, y también por el portón de Amenábar, estaba la extraña actitud que Doña Moderación, Candela, Johnatan y Svebor adoptaban cada vez que se desataba el show de  fenómenos auditivo-olfativo-lumínicos, como lo llamaba Anchoa.

Pero además no podía olvidarme del pedido de ayuda que me había llegado adentro del sándwich de crudo y manteca, que, como bien había deducido el detective, podría provenir de cualquiera de los que trabajaban en el bar.  

Y por si fueran pocos misterios, había que agregar el trastorno en el tiempo, que, independientemente de las teorías disparatadas del Doctor Pascualini, yo mismo había podido experimentar cuando tuve la ocurrencia de seguirlo a Erec y completar una vuelta a la manzana del bar.  

Y ahí era precisamente donde se me generaban las mayores dudas. Porque si bien era verdad que con ese giro completo en sentido horario alrededor de la manzana se me había adelantado el tiempo siete horas, desfasaje que Anchoa me ayudó a corregir llevándome a dar otra vuelta, pero en sentido inverso, no recordaba haber vuelto a tomarme la Hesperidina por segunda vez, como hubiera correspondido. Algo fallaba.

Ahora bien: el agregado de la investigación histórica del Licenciado Topolovsky le aportaba algo de veracidad al asunto, porque, si era cierto que como supuestamente había descubierto Pascua, se producía en el pasado ese torbellino que hacía que salieran disparados hacia el presente desde sonidos hasta personas (dos, más precisamente), había una gran coincidencia entre aquel inmigrante centroeuropeo dueño del criadero de pollos de la época de Rosas, y Svebor, el cocinero croata, ambos duchos en el manejo de la cuchilla. Y con respecto a la segunda persona, en el mismo momento en que Anchoa me relató el suceso de aquel paisano viajero de principios del siglo XIX que desapareció al dar la vuelta al ombú, lo asocié, no sé bien por qué, con Orellana, el mozo correntino.

Pero había un tercero en discordia. ¿Por qué no podría Johnatan, con su inexplicable afición por el tango,  haber sido unos de los muchachos que frecuentaban el bar en la época de Pernoglio?

Ya había llegado a la esquina de Cabildo y Echeverría, donde está el Banco Provincia, y me paré a descansar las piernas y la cintura, que cuando camino un poco me empieza a doler. Pero sobre todo, para quedarme unos minutos sin pensar en nada, mirando pasar la gente. 
A decir verdad, me parecía mentira estar elucubrando asociaciones entre teorías disparatadas e historias incomprobables. Pero cada vez que estaba por mandar al detective Choa y su troupe al diablo y buscar otro bar adonde ir a tomarme mis Hesperidinas, algo dentro de mí me decía que no, que averiguara un poco más.
Encima, como frutilla del postre, Anchoa había rematado el dislate con la historia esa de que “alguien”, estaría aprovechando que las ondas temporales del remolino que se formaría alrededor del ombú que supuestamente está justo en los fondos del bar, afectarían el cerebro de todos esos pobres incautos que estarían ahí adentro en busca de trabajo, y los transformarían en una especie de zombies que lo único que hacen es hablar por celular con cara de tontos. ¿Con qué objetivo?, me preguntaba.

Estaba sumido en esas cavilaciones, cuando me despabiló la inconfundible voz soplante del falso barrabrava:
- ¿Y, Doc? ¿Pudo cobrar la jubilación?
- ¡Mecachendié! ¡Me está siguiendo!
- Tranquilo, Tordo, no se persiga. Estoy yendo para el club ¿Llegó a alguna conclusión?
- No sé de qué me habla, Anchoa. Ya le dije que tenía que hacer un trámite.
Como de costumbre, daba toda la impresión de tener la capacidad de leerme el pensamiento:
- Qué raro que se fue sin preguntarme para qué le están haciendo el lavado de cerebro a toda esa gente que termina saliendo por la puerta celeste…
Me resigné a no seguir disimulando, y fui al grano:
- Está bien. Desembuche de una vez
- ¿Se acuerda de Decisiones Express?
- Cómo no me voy a acordar!. Por culpa de ese servicio me metí en este berenjenal…
- Bueno, ahí los tiene
- ¿A quiénes?
- A los que salen por la puerta celeste hablando por celular. Ellos son los decididores.  

- CONTINUARÁ -

domingo, 16 de octubre de 2011

33 - El ombú


- ¡Me caigo y me levanto! ¡Usted me está cachando, Anchoa!
- No, Doc. Le juro que no. Pascua revisó sus cálculos varias veces, y es perfectamente posible.
- ¿Y quiénes son esas dos personas?
- Tordo, me extraña su pregunta. Como se imaginará, las ecuaciones del Doctor Pascualini le han permitido arribar a una estimación meramente cuantitativa.
- No le entiendo.
- No es tan difícil, Tordo. Las ecuaciones que maneja la teoría en la que Pascua es experto…
- Veo que le gustó el nombre, Doc. Pero no es exactamente como usted lo pronuncia. No se le vaya a ocurrir andar repitiendo eso por ahí, que queda feo. Si no le sale, en todo caso diga Entrelazamiento Cuántico.
 - Disculpe, es que me pongo ansioso.
- Bueno, entonces no me interrumpa y déjeme que le explique. Le decía que la reformulación del conjunto de ecuaciones de la teoría, que Pascua se puso a hacer a partir del dato del cartel municipal, le permitió deducir la masa total de los elementos que están llegando desde el pasado. Y los últimos cálculos le dan que correspondería aproximadamente a la de dos personas. Pero no nos pida que le averigüemos el número de documento, hombre. ¡Estamos hablando de física cuántica, no de adivinación!

Cuantos más detalles me revelaba Anchoa acerca de los descubrimientos del Doctor Pascualini, más fantasioso me sonaba todo el asunto ése, y más ganas me daban de pararme y retirarme, dejándolo con la palabra en la boca, para que aprendiera que está muy mal burlarse de una persona mayor. Pero a su vez, esa misma información que me iba aportando con cuentagotas, me generaba una intriga que hacía que me quedara sentado en la silla de lona, en la vereda del bar. Era como un tira y afloje permanente dentro de mí.

Como me percaté de que por ese lado no iba a obtener más datos, decidí interrogarlo acerca de otro tema más concreto, que con esas cuestiones de las alteraciones del tiempo había quedado un poco de lado en la investigación. O al menos eso me parecía a mí. No pude evitar un cierto tono irónico al formularle la pregunta:

- Y dígame otra cosita, Anchoa. ¿Su amigo el Doctor Pascualini, con esas ecuaciones de la teoría del Cuantever…bueno, usted ya sabe: pudo sacar alguna conclusión acerca de la gente que sale de a montones por la puerta celeste, hablando por celular con cara de feliz cumpleaños?
- Bueno, Tordo. Ese no es precisamente el campo de investigación de Pascua. Yo ya le expliqué que en ese tema lo tenemos trabajando al Soldado.
-Sí, que a esta altura ya lleva como diez días desaparecido en acción.
- Usted confíe. El Soldado es un experto en supervivencia. Igualmente, en base a algunos datos que llegó a transmitirnos antes de que se cortara la comunicación, desarrollamos una hipótesis al respecto. Si quiere, le cuento.
- Y bueno, qué puedo perder. Déle nomás.
- Aparentemente, toda esa gente que va cayendo atraída por el aviso que ofrece ese trabajo tan ventajoso, es alojada en el galpón de atrás del bar, y luego de una charla introductoria, son sometidos a una especie de hipnosis colectiva.
- Cada vez entiendo menos. ¿Usted dice que les hacen como un lavado de cerebro?
- Digamos que algo así. Combinando los descubrimientos del Doctor Pascualini con esto que nos llegó a informar el Soldado, nuestra teoría es que ahí adentro aprovechan algún subproducto de las alteraciones del tiempo que se producen en la manzana, y que tendrían su epicentro aproximadamente en el punto en el que contactan el terreno del bar con el del galpón.
- ¡Ahí donde está el árbol ese que usted me mostró en la computadora, con ese programa que me hizo vomitar!
- Exactamente ahí. El árbol, que es más precisamente un arbusto, porque se trata de un ombú, tiene mucho que ver en el asunto
- ¿Y qué vendría a ser ese subproducto, como usted le llama?
- Pareciera, y todo está sujeto a verificación, por supuesto, que todos esos desbarajustes en el fluir del tiempo van acompañados de una especie de energía que influye sobre la mente de las personas que se encuentran dentro de un radio determinado alrededor del epicentro del vórtice, es decir, alrededor del ombú. Sería como un efecto colateral del Entrelazamiento Cuántico, como consecuencia del cual las ondas temporales interfieren con las ondas cerebrales.
- Mire, Anchoa, con todo respeto le digo. Todo esto que usted me cuenta me hace acordar a esas películas berretas de ciencia ficción que dan los domingos a la tarde en la televisión.
- Puede ser, Doc. Pero todo está comprobado científicamente. Y eso incluye el aspecto histórico.
- Si me explica un poco más le voy a agradecer.
- Es un poco largo, téngame paciencia. Resulta que, según los estudios históricos del Licenciado Topolovsky, lo que hoy conocemos como Avenida Cabildo, la que tenemos acá nomás, a escasos trescientos sesenta y siete metros, era, a principios del siglo XIX, paso obligado de quienes se dirigían a las provincias del norte, y se denominaba Camino Real. Según algunas crónicas de la época, muchos viajeros que preferían ahorrarse el gasto de una consumición en la pulpería La Blanqueada, que estaba ubicada a la altura de lo que hoy es la calle Pampa, hacían su primera parada bajo un ombú que había un cuarto de legua antes, unos trescientos metros a la izquierda del camino. Exactamente ahí, atrás de la cocina.

Dijo esto último señalando con la pera hacia el interior del bar. Automáticamente giré la cabeza, y pude ver lo de siempre: en el fondo del local, Doña Moderación detrás de la caja registradora, conversando con Candela, y más atrás, recortada en la luminosidad mortecina del pasaplatos, la silueta en movimiento de Svebor, haciendo sus cosas de cocinero.

-¿Usted dice que ese árbol que vimos en la computadora, perdón, ese ombú, está ahí desde la época de los gauchos?
- Desde antes, seguramente. Si bien se dice que el promedio de vida de estos vegetales es de doscientos años, en Uruguay hay un bosque de ellos cuya edad se calcula en más de quinientos. La cuestión es que las crónicas de la época también hablan de la misteriosa desaparición de un viajero del que se perdió todo rastro cuando, tal vez buscando cierta privacidad para desahogar su vejiga, o su intestino, dió la vuelta alrededor del ombú. Lo que indicaría que el vórtice temporal está en funcionamiento por  lo menos desde aquella época.

-¡Me cacho! Quiere decir que ese viajero que se perdió de vista, en realidad no desapareció, sino…
- …sino que viajó al futuro.

- CONTINUARÁ -

domingo, 9 de octubre de 2011

32 - Pollitos


Ambos se pusieron de pie y comenzaron a bajar rápidamente los escalones

- Paren! Hay más!
El licenciado Topolovsky siguió su camino rumbo al cuartito donde había quedado el Doctor Pascualini, seguramente enfrascado en su partida de solitario. Anchoa, en cambio, se detuvo, y dando media vuelta me preguntó:
- ¿Qué más, Tordo?
- Más sonidos, usted sabe…
- ¿Usted se refiere a lo que se oye cuando termina el show de luces de colores?
- Así es. Eso que se parece a pollitos piando.
- Tiene buen oído, Doc. Eso son. O eran, mejor dicho. Antes de que se construyera la casa que albergó a la botica y después al bar en sus sucesivas versiones, en ese terreno había una especie de criadero de pollos. Eso fue en la primera mitad del siglo diecinueve, en la época de Rosas, cuando esta zona era prácticamente un área rural. Si bien cada familia solía tener su gallinero, a un inmigrante de Europa Central, que no se sabe bien cómo llegó, porque las corrientes inmigratorias fuertes comenzaron años después, se le ocurrió lo del criadero para abastecer a los sectores más adinerados del centro de la ciudad.
- ¿Todo eso también lo averiguó el Topo en sus investigaciones históricas?
- Sí. Y como dato de color, pudo saber que el dueño del criadero era un rubio grandote, que alguna vez hizo uso de la extraordinaria habilidad que había adquirido en el manejo de la cuchilla de tanto degollar plumíferos, en una disputa con un mulato por un asunto de polleras. Parece que el morocho no contó el cuento.
- A la pucha. Pero hay más
- ¿Más sonidos?
- Sí, Anchoa. Esta madrugada, además de los pasos y las carambolas, escuché cerca de la puerta del bar un sonido muy extraño, como un bip muy agudo, que se repetía.
Entrecerró sus ojos de suricata, le dio una larga pitada al pucho que, como siempre, colgaba de la comisura de su boca, y se quedó así unos segundos.
- Un bip. Por más que lo piense, no hay nada en los registros históricos que recopiló el Licenciado Topolovsky que pueda asimilarse a un sonido de esas características, Tordo. Y ahora le tengo que pedir que me disculpe. Voy a ver qué nos dice Pascua de este asunto del cartel municipal que usted acaba de aportar a la investigación. Le aconsejo que se vaya a descansar, que le está haciendo falta.

Ya era media tarde, y la noche anterior no había podido dormir. La falta de sueño suele caerme muy mal, así que le hice caso y bajé los escalones de la tribuna para dirigirme al portón principal de Pampa y Miñones. En el camino pude ver que el viejito de la boina a cuadros estaba enrollando la manguera para guardarla, y los pibes de las inferiores ya se habían retirado al vestuario.

Cuando ya estaba en la vereda, una voz infantil me llamó desde adentro. Me dí vuelta mirando hacia abajo. Como de costumbre, Pilín había logrado confundirme con su vocecita de nene.
- ¿Y, Dotor? ¿Va a ir con nosotros el sábado, contra Cambaceres?
- Seguramente, Pilín. Seguramente.
Ya no tenía ganas de seguirle la corriente al gordo en su creencia de que yo estaba ahí solamente para interiorizarme de las estrategias de la barrabrava para enfrentarse con los rivales de turno. Mi respuesta lacónica pareció no importarle demasiado, porque sin seguir la conversación dio media vuelta y se dirigió hacia el depósito. Llevaba dos rollos enormes de tela verde y blanca, uno debajo de cada brazo. Debían ser las banderas. O los trapos, como escuché que les llaman las hinchadas.

Anduve todo el camino con la mente en blanco, y ni siquiera recuerdo cómo ni a qué hora me quedé dormido. A la mañana siguiente me desperté como nuevo, pero con una inexplicable necesidad de irme de raje para el bar.

Cuando llegué, Anchoa ya estaba en una de las mesas de la vereda, fumando y tomando un cortado, como si me estuviera esperando.
- Venga, Doc, siéntese. Le pido un cafecito.
- Gracias.
- Se lo ve descansado.
- Así es. Dormí como una criatura.
- Me alegro. En cambio, gracias a usted, el que pasó la noche en vela fue el Doctor Pascualini
- ¡Epa! ¿Qué hice yo, ahora?
- Tranquilo,Tordo, que no es un reproche. Al contrario, lo suyo fue un aporte fundamental.

Por enésima vez, no podía terminar de darme cuenta si las palabras de Anchoa eran sinceras, o si se estaba riendo de mí, pero lo dejé seguir adelante con su explicación

Resulta que con el Licenciado Topolovsky  le pasamos a Pascua la data que usted nos dio acerca del cartel municipal, y se puso como loco. .
- ¿No me diga?
Se inclinó hacia adelante, y me habló casi en un susurro.
- ¿Recuerda que ayer le explicamos que, por estar conformados por ondas, los sonidos son tan sutiles que, al producirse esos remolinos temporales pueden salir disparados del pasado y llegar hasta el presente?
- Lo recuerdo.
- Bueno, a partir del hecho de que usted vio claramente en el frente del local el cartel municipal con los datos correspondientes al expediente de Pernoglio, que data de los años cincuenta, Pascua recalculó sus ecuaciones y llegó a la conclusión de que la anomalía temporal que se produce en este lugar hace que también puedan transportarse al presente objetos sólidos.
- Espere, espere. Que ayer yo estaba medio dormido y me podía llegar a tragar cualquier disparate que me contaran, pero ahora estoy bien despejado. Ese cartel bien podría haber quedado arrumbado por ahí, y a Doña Moderación puede habérsele ocurrido volver a ponerlo, como un elemento decorativo.
- Podría ser, pero le hago una pregunta. ¿En qué estado estaba el cartel?
- ¡Me cacho! Ahora que me lo pregunta, me acuerdo que me llamó mucho la atención el hecho de que el letrero ese parecía flamante, como recién pintado…Pero bueno, podría ser que lo hubieran mandado a restaurar.
- ¿Y usted piensa que la encargada se iba a poner en ese gasto para colocar el cartel un día y sacarlo al día siguiente? Porque tenga en cuenta, mi estimado, que sólo usted se percató de su presencia. Le creemos porque tuvo la previsión de anotar todos los datos, que coinciden absolutamente con los que figuran en los archivos de la Municipalidad.
- Y entonces ¿Qué piensan?
- Que alguien acá adentro tiene muy claro lo que pasa con el tiempo, y cuando llegó el cartel disparado desde la década del cincuenta, se apresuró a retirarlo para no despertar sospechas.

En eso llegó Candela a la mesa, y sin esperar a que abriera la boca, Anchoa le pidió un café para mí. La camarera giró sobre sus talones, y se volvió a meter en el bar. Pero no pudo reprimir su compulsión tuteadora, así que, aunque ya estaba dándonos la espalda, se encogió de hombros y largó su consabido “¡Dale!”

Entonces bajé el volumen de mi voz, y le dije a Anchoa:
- La verdad que esto me está empezando a asustar.
- Más vale que tome coraje, para escuchar lo que sigue.
- A la flauta. Lo escucho.
- Le acabo de explicar que según las nuevas ecuaciones del Doctor Pascualini, sería perfectamente factible que llegaran objetos sólidos desde épocas pretéritas.
- Sí, lo entendí perfectamente.
- Eso incluye seres humanos

Casi me caí de la silla de lona. Le pregunté, ya con un hilo de voz:
- ¿Usted dice que en el bar hay personas que vienen del pasado?

- Sí. Un par.    

- CONTINUARÁ -

domingo, 2 de octubre de 2011

31 - Topo

Al salir de la semipenumbra del cuartito a la luz exterior, quedé cegado por unos segundos. Lo suficiente como para perderlo de vista a Anchoa.



Cuando recuperé la visión, lo ví subiendo de a dos en dos los escalones de la tribuna donde habitualmente se ubican él y el resto de la barrabrava para alentar al equipo.
Lo seguí como pude, y logré observar que se acercaba a uno de los paraavalanchas, sobre el cual, con la agilidad de un pájaro, hacía equilibrio y alternaba flexiones con pequeños saltitos el Topo, su alter ego y lugarteniente.
Llegué boqueando, y el Topo se bajó de un salto, con la presteza que ya me había sorprendido aquel día en que había ido abuscarlo a Anchoa en el medio de un partido contra Midland.

- ¡Cómo le va, Doctor! me saludó con su sonrisa canchera.
- Bien, ¿y usted, señor Topo?
- Y, ya lo ve, practicando…

Anchoa nos invitó a sentarnos, y quedé entre ellos dos, los tres en la tribuna solitaria, mirando cómo el viejito de la boina a cuadros seguía regando la cancha. Los pibes de las inferiores habían dejado de trotar, y hacían abdominales tirados en el piso.

- Bueno, Tordo. Acá el Licenciado Leandro Topolovsky le va a poder aclarar algo respecto a su inquietud con respecto a los sonidos.
A esa altura ya casi nada me sorprendía, así que con total naturalidad le dije al Topo:
- Seré curioso, Licenciado Topolovsky. ¿Cuál es su especialidad?
- La Historia, Doctor. Soy historiador, y estoy haciendo la tesis para doctorarme. Mi tema abarca los barrios de Belgrano y Colegiales, y estoy enfocado especialmente en la historia de la calle Lacroze.
- ¡Ah! ¡Pero mire qué interesante! Giré la cabeza hacia mi izquierda, y le dije en el oído a Anchoa:
- ¿Y qué me va a poder explicar este licenciado sobre los sonidos que estuve escuchando en el bar?
- No hace falta que ande secreteando, hombre grande…Entiendo que le cueste relacionar una cosa con la otra, pero lo va a entender si le decimos que lo que usted estuvo escuchando son ecos.
- ¿Qué?
- Ecos. Ecos del pasado
- Eso parece el nombre de un radioteatro, qué quiere que le diga.
- Doc, si no se concentra, no vamos ni para atrás ni para adelante…
- Bueno, dele, me concentro todo lo que puedo. No se olvide que me pasé la noche en vela.
- No me olvido, Tordo. Lo de los ecos, como los llamamos nosotros, es como un efecto colateral de la anomalía disruptiva del devenir temporal que se produce en la manzana del bar.
- ¡Qué lo tiró, Anchoa! ¿Cómo pretende que me concentre si me habla de esa manera? ¡Hágame el favor, simplifique un poco!
- Tiene razón, Doc. Quiero decir que lo que usted estuvo escuchando, seguramente son sonidos del pasado, que por alguna razón, se manifiestan en el presente. Es como que cuando se altera el tiempo en el bar, en algún punto del pasado se produce una especie de vórtice, o de remolino, para ser más explícito.
- ¿Y?
- Y entonces ese remolino temporal genera una especie de fuerza centrífuga, por la cual salen disparados algunos elementos. Pareciera que, según los estudios del Doctor Pascualini, los sonidos, por estar constituídos por ondas, son lo suficientemente sutiles como para ser despedidos del susodicho remolino. Ahí es donde entra la teoría del EntrelazamientoCuántico.
- A la pucha. Entonces, los sonidos salen disparados del pasado, y llegan hasta el futuro.
- Ahí lo va comprendiendo
- Y como el futuro del pasado es el presente, yo los estuve escuchando hace nada más que unas horas.
- Así es. No podríamos precisar exactamente hace cuántas horas, porque a usted se le ocurrió dar la vuelta manzana, y ahí hubo un pequeño desfasaje.
- Sí, pequeño. De siete horas
- Pero lo corregimos cuando yo lo llevé a hacer el camino inverso. Pero nos estamos dispersando, Tordo. Volvamos a los sonidos. ¿Nos podría describir lo mejor posible qué fue lo que escuchó?
- Bueno, lo primero que me llamó la atención, fue que cuando Doña Moderación se movía adentro del bar, en el silencio de la madrugada, a pesar de que el piso es de baldosas, sus pasos sonaban como a hueco, y rechinaban…
- El piso de madera de la botica, me interrumpió el Licenciado Topolovsky.
- ¿Eh?
- A principios del siglo XX, según mis investigaciones, el primer comercio que funcionó en el edificio que hoy ocupa el bar, fue una botica. Usted sabe, lo que sería el precedente de las farmacias actuales. Como en todas las construcciones que se levantaban sobre Lacroze, que por entonces se denominaba Colegiales, en referencia al colegio y la capilla que los jesuitas tenían cerca de lo que hoy es el Cementerio de la Chacarita, lugar donde nace la avenida, los pisos eran de tablas de roble que iban clavadas sobre tirantes, los que a su vez reposaban sobre pequeños pilares de ladrillo de unos treinta centímetros de altura, que apoyaban directamente en la tierra. De esta manera, se formaba debajo del piso una cámara que hacía que al caminar, sobre él, sonara a hueco. Y, por otra parte, sobre todo cuando la edificación era reciente, la madera tenía tendencia a rechinar, hasta que se terminaba de asentar.

Me dejó con la boca abierta con tanta erudición, pero me sobrepuse y lo interrogué:
- ¿Y qué me puede decir de otro sonido, que provenía aproximadamente del sector que está entre la mesa de pool y la escalera caracol, donde Doña Moderación almacena las gaseosas y las cervezas…
- Arriba de la mesa de billar
- Sí, desde ese lugar. Era como un entrechocar…
El Licenciado Topolovsky y Anchoa se miraron, y dijeron casi al unísono:
- ¡Las carambolas!
- ¡Me caigo y me levanto! ¡Fue lo que me pareció cuando lo escuché! Pero como era de madrugada, y en el bar sólo estábamos la encargada y yo, o sea que no había nadie jugando al pool, pensé que estaba sufriendo una especie de alucinación auditiva por la falta de sueño.
- Es que las carambolas que escuchó, no eran de pool, Tordo. Eran de billar. Explicale, Topo.
- Es tal cual como dice Anchoa, Doctor. Para la década del veinte la botica había dado paso a uno de esos negocios que combinaban un almacén con un bar. Generalmente estos comercios funcionaban en una esquina, con la entrada del almacén por una calle y la del bar por la otra. Éste fue uno de los pocos que se establecieron en un local a mitad de cuadra. Luego de un tiempo el almacén dejó de funcionar, y todo el local quedó ocupado por el bar, que pasó por la mano de varios propietarios, funcionando como treinta años básicamente como despacho de bebidas. Pero en los cincuenta un inmigrante italiano se hizo cargo del establecimiento, y agregó la mesa de billar que actualmente está fuera de servicio y sirve como depósito de botellas. Esa fue la época de oro del bar. Era una cita obligada para los muchachos del barrio, que se pasaban tardes enteras dándole al taco y la tiza.
- ¡Un emprendedor, el tano! Interrumpió Anchoa
- Sí, en los registros a los que pudimos acceder, consta la habilitación del local como bar, billares y despacho de bebidas, según la Ordenanza Municipal Nº 2303/58, bajo  el número de expediente 1238. Pero lamentablemente a la carpeta le falta el folio donde debería figurar el nombre del propietario. Usted sabe con qué descuido suelen guardarse los legajos en los archivos de la Municipalidad.

Al escuchar los números de ordenanza y de expediente que acababa de mencionar el Topo, se hizo una conexión en mi cerebro, que me llevó a buscar automáticamente la libretita en el bolsillo interior del saco.
Las manos me temblaban, pero como pude busqué la hoja donde había tomado nota de lo que decía el cartel municipal que había visto al lado de la puerta del bar cuando estuve participando de la observación sentado en la mesa de la vereda, bajo la lluvia.
Leí atropelladamente:
- Pe…Pe…PePePe…Per…
- ¿Qué le pasa, Tordo? ¿Ahora se va a poner a cantar el carnaval carioca? ¡Esto es una investigación seria, hombre!
Ya no me salía ni siquiera el tartamudeo, así que le pasé la libreta al Licenciado Topolovsky

- ¡Pernoglio! ¡F. Pernoglio! ¡Eso es lo que el Doctor estaba tratando de decirnos, Anchoa! ¡Acá está el nombre del italiano que puso la mesa de billar! ¡Todo el resto de la información coincide con lo que tenemos nosotros! ¿De dónde sacó estos datos, Doctor?

- Los copié de un cartel que estaba en el frente del bar antes de ayer. Nunca antes lo había visto, y hoy a la mañana ya no estaba.



Anchoa y el Topo se miraron con una mezcla de estupor y preocupación. Entonces Anchoa dijo:



- Esto cambia las cosas. Hay que avisarle a Pascua. 


- CONTINUARÁ -