"En general, nada es lo que parece" (A. N. Choa)

domingo, 26 de junio de 2011

17 - Cuartel general


Como Anchoa había dicho "Mañana a la noche reunión en el Club", pero no especificó la hora, cuando empezó a oscurecer me fui para Pampa y Miñones.

El portón de la esquina estaba cerrado, así que me di toda la vuelta hasta la entrada de José Hernández.

Empujé la puerta de metal, que chirrió más de lo que me hubiera gustado. Como no era día de partido, adentro era una boca de lobo.

Solamente dos estímulos alcanzaron a mis sentidos, por cierto que de distinta intensidad: una débil luz que parecía salir de la ventana de un cuartito que está al final de una calle interna, y un contundente aroma a choripan que claramente se expandía desde abajo de la tribuna local.
Caminé tratando de no hacer ruido. No sabía bien por qué; tal vez me resultaba intimidante el silencio que había en ese lugar, contrastado con el recuerdo que tenía de aquella tarde en que lo había ido a buscar a Anchoa, en el medio del estrépito de un partido.
Medio a tientas, pero guiándome por la luz de la ventanita, llegué al lugar donde supuse que estarían reunidos.

Golpeé la puerta de madera, y me abrieron inmediatamente.

-¡Pase, tordo, póngase cómodo!, me dijo Anchoa mientras me empujaba suavemente hacia adentro apoyándome una mano en el medio de la espalda, y volvía a cerrar rápidamente.

Al entrar, me dí cuenta de que la fuente de la luz mortecina que se veía por la ventana, era la pantalla de una de esas computadoras portátiles que se usan ahora, que estaba encendida sobre una mesa

A medida que la vista se me iba acostumbrando a esa semipenumbra, pude ir distinguiendo las caras de el Topo, Fusa, Pascua y Popote, que estaban sentados alrededor.
Me seguía faltando el Soldado, el que según Anchoa estaba en una misión secreta. Pero preferí no preguntar.

-¡Buenas noches! saludaron los cuatro casi a coro.
Qué barrabravas tan formales y ceremoniosos, pensé.

El Topo se paró y me dijo:
-Doctor, disculpe el atrevimiento, pero ayer yo le entregué un equipo de comunicaciones...
-Tiene razón, acá lo tiene, la verdad es que casi me vuelven loco con este aparatito
-Hoy en día una buena comunicación es un factor fundamental para cualquier investigación que uno quiera encarar, me contestó, mientras guardaba el handy en un armario de metal

Anchoa, que mientras tanto estaba parado al lado de la ventanita mirando de reojo para afuera, me dijo:
-Tal como usted nos denominó ayer, Tordo, acá estamos: el equipo completo. Menos el Soldado, que...bueno, ya le voy a ir explicando.

Otra vez me veía en la circunstancia de tener que acomodar fichas en mi cabeza.
Anchoa, que hacía un tiempo era para mí nada más (y nada menos) que un barrabrava de Excursionistas, un buen día se destapó con que en realidad era Alfredo Naum Choa, una especie de investigador privado, o detective.
Y después, no sólo eso: resulta que los tipos que yo pensaba que sí eran verdaderos barrabravas, formaban parte de un equipo del cual Anchoa parecía ser el jefe.
Ahí recordé aquel día en que Anchoa me dió su tarjeta, y me puse a buscarla en el bolsillo interior del saco.

-Si la perdió no se preocupe, Tordo. Acá tiene otra.
Ya resignado a que adivinara mis pensamientos, o los dedujera a partir de mis actitudes, quién sabe, tomé la tarjeta, que efectivamente, como yo recordaba, decía:

Choa y Asociados
Investigaciones Globales
Alfredo Naum Choa
Socio Gerente

O sea que todos estos tipos formaban parte de "Investigaciones Globales".
Ahora bien. ¿Qué era concretamente lo que estaban investigando? ¿Y quién los había contratado?
Porque si bien, hay que reconocerlo, en el bar de Lacroze pasaban cosas extrañas, no parecía haber en todo ese asunto nadie particularmente perjudicado.
Aunque, pensándolo bien, yo mismo había recibido una nota anónima pidiendo ayuda, adentro de un sandwich de crudo y manteca.
Y una duda que me asaltaba permanentemente: si estaban detrás de algo importante, ¿por qué misteriosa razón Anchoa no sólo me había develado su verdadera identidad, sino que además, como quien no quiere la cosa, me estaba haciendo participar de la investigación, y hasta formar parte del "Equipo", con intercomunicación incluída?

Tres golpes en la puerta interrumpieron mis cavilaciones.

Cuando Anchoa abrió, el olor a choripan que me había sorprendido al entrar al club, inundó el cuartito a tal punto, que me provocó un aluvión de saliva en la boca.
Detrás del celestial perfume, entró Pilín, con una fuente rebosante de sandwiches en una mano, y una damajuana de tinto en la otra.
-¡Dotor! ¡Qué sorpresa! ¡Menos mal que preparé de más! me dijo el gordo con su voz infantil y una sonrisa inocente.
-Gracias, por mí no se preocupe, casi no tengo apetito, le mentí.
Dejó la fuente sobre la mesa, al lado de la computadora, y la damajuana en el piso, a un costado, y salió mientras decía:
-¡En un rato les traigo otra tanda!

Lo llevé a Anchoa hacia la puerta, para que los otros no nos escucharan.
-Dígame una cosa. ¿No era que Pilín no sabía nada de la investigación? ¿Se acuerda cómo me hizo callar la boca cuando lo llamé por su verdadero nombre el día que el perro le afanó el salamín, al gordo? ¿Y resulta que ahora lo tiene acá, haciéndoles el cátering, como se dice ahora? ¿Me va a decir que él también pertenece a Investigaciones Globales?
-¡Epa, Tordo! ¡Cuántas preguntas! Quédese tranquilo. El gordo es de la hinchada de Excursionistas desde que nació, prácticamente. Lo traía el padre a todos los partidos y lo cargaba a cococho para que el pibe pudiera ver mejor. Hizo lo mismo hasta que el gordo tuvo como diez años. Después Pilín empezó a venir solo a la cancha, y al viejo no se lo vio más. Se corrió la bola de que sufrió un aplastamiento vertebral que lo dejó postrado en una cama para siempre. Cuando empezamos la investigación, necesitábamos un contacto en el bar, y ese contacto es el gordo, que es habitué desde que era pibe. Lo de Excursionistas llegó por añadidura, y nos vino bien, porque de a poco cooptamos la barra brava, y ahora usamos las instalaciones del club como cuartel general.

Semejante catarata de revelaciones me dejó sin aliento, pero igual pude preguntarle.
-Y cómo hacen para que no se avive de lo que están haciendo?
-Ya le dije tordo, el gordo es medio pavo. Es como un chico. Mientras tenga la panza llena ni pregunta. Además, le decimos que estas son reuniones para planificar la estrategia por si hay enfrentamientos con las hinchadas rivales, y para ensayar los cantitos.
-¡Claro! Y la computadora ¿para qué le dicen que la usan?
-¡La laptop! Me hizo acordar. Entremos que le muestro.

- CONTINUARÁ -


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sábado, 18 de junio de 2011

16 - Segunda fase

Prip! -¿Segunda fase? ¿De qué está hablando, se puede saber?
Prip! -¡Tordo, tordo! ¡Otra vez se me está distrayendo! ¿Para qué nos trazamos un plan? La segunda fase es la que corresponde a la observación de lo que ocurre en el exterior del escenario. Ahora tiene que prestar atención a la puerta celeste

Pensé en retrucarle diciéndole que estaba todo muy bonito, que nos habíamos trazado un plan, pero que el primero en salirse de lo previsto había sido él, porque nos habíamos citado en una de las mesas de la vereda, porque era el puesto de observación ideal, y resulta que el tipo apareció apostado en la terraza del edificio de enfrente. Y también hubiera querido decirle que cuando le pregunté por la razón del cambio me contestó que dos puestos de observación eran mejor que uno, pero a los dos minutos se colaron en la comunicación tres secuaces que andaban por los alrededores, sin contar al que me había dejado el handy sobre la mesa, ni al que, según él, estaba en misión secreta.
Pero no tuve tiempo.

La puerta celeste se abrió, y empezó a vomitar gente.

Igual que la vez que habíamos estado mirando desde la frutería, salían ininterrumpidamente, hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, uno detrás de otro. Bajaban del zaguán a la vereda, e inmediatamente se dirigían a una de tres direcciones: Hacia la esquina de la vía, hacia la esquina del kiosco de diarios, o cruzaban la avenida hacia la frutería de Cosme.

Ahí comprendí el porqué de la ubicación de los puestos de observación que había dispuesto Anchoa.

Prip! -¡Tordo! ¿Qué,tiene para contarme?
Prip! -Nada nuevo, es lo mismo que vimos la otra vez

Prip! -¿Popote?
Prip! -Todos hablando por celular
Prip! -¿Pascua?
Prip! -Los que cruzan para este lado también, todos hablando
Prip! -¿Fusa?
Prip! -Lo mismo, todos con el celu en la oreja

Prip! -¿Y, tordo? ¿Ve que está distraído?
Prip! -¿Distraído de qué? ¿Qué les llama la atención? ¡Todo el mundo habla por celular, más aún cuando sale de un curso, o algo así, para avisar a qué hora está llegando a su casa, o a una cita!
Prip! -Claro, claro. Pero ¿Porqué no observa más detenidamente? Todavía siguen saliendo

Era verdad. Todavía seguían saliendo, en fila, uno tras otro.
Igual que la vez anterior, perdí la cuenta, Volví a tener la sensación de que no había proporción entre la capacidad que sugería a la vista ese primer piso, y la cantidad de personas que salían por la puerta.

Me acomodé un poco en la silla, porque con la llovizna ya convertida decididamente en lluvia, estaba comenzando a mojarme bastante, así que me incliné un poco hacia adelante, tratando de separar el traste de la lona húmeda.

Entonces me percaté de algo muy extraño

Prip! -¿Y, tordo? ¿No nota nada raro?

Prip! -¡Tordo! ¿Qué pasa? ¡Se quedó mudo, y tieso! Lo estoy viendo desde acá

Prip! -Se están empapando. Ninguno lleva paraguas. Pero caminan como si nada, como si fuera un día de sol...
Prip! -¡Ajá! ¿Y qué más?
Prip! -Todos hablan por celular...
Prip! -¡Qué novedad! Se lo hicimos notar nosotros hace un minuto, ¿recuerda?
Prip! -Sí, ya se. Pero todos hablan con la misma expresión en la cara...una sonrisa...rara, como forzada...

Prip! -Fusa, Popote, Pascua ¿Confirman la observación del puesto uno, a cargo del tordo?
Prip! -Confirmo en el dos
Prip! -Idem en el tres
Prip! -Lo mismo en el cuatro. Según Cosme tienen cara como de boludos, nomás.
Prip! -¡Pascua! ¡Pasate a línea privada!

Prip! -Fusa...
Prip! -Te copio, Popote
Prip! -Lo debe estar cagando a pedos, ¿no?
Prip! -Sí, seguro. Este Pascua no aprende más. No entiende que hay que ser discretos; ¿Cómo le va a pedir opinión al frutero?

Yo, mientras tanto, estaba cada vez más empapado y confundido. Por una parte, sentía una especie de estúpido orgullo al comprobar que Anchoa (el agente Alfredo Naum Choa, el detective Choa, o quien caracho sea) me había asignado el puesto de observación número uno. Por otro lado, no podía acomodar en mi mente las piezas de ese rompecabezas que acabábamos de ver.

-¿Te puedo cobrar el café?
Candela estaba parada a mi lado, protegiéndose de la lluvia con la bandeja sobre la cabeza
-Si, cóbrese, señorita.
Al levantar la vista para entregarle el dinero, me pareció ver, a través de la puerta, en el fondo del local, que ahora estaba casi en penumbras, una figura, bajando por la escalera de caracol, con una sorprendente agilidad, casi como si se deslizara por la baranda, en lugar de utilizar los escalones.
La piba se metió en el bar a las corridas, porque la lluvia arreciaba cada vez más, y en la puerta se cruzó con Johnatan, que ahora salía llevando por el manubrio una de esas motitos que se usan para entregar los pedidos a domicilio (el delivery, como lo llama doña Moderación). Me extrañó, porque hasta ese día, siempre lo había visto hacer las entregas a pie.
Mientras se subía a la moto y la ponía en marcha, cumplió con el ritual que se había establecido tácitamente para cada vez que nos cruzábamos: se señaló el auricular izquierdo, y me hizo la mímica para que le pudiera leer los labios: "La última curda"

Prip! -¡Tordo! ¡Se distrajo de vuelta, y se le escapó!
Prip! -¿Quién?, ¿Qué se me escap...
Ni me contestó
Prip! -¡Fusa! ¿Es él?
Prip! -Sí, Anchoa. Viene directo para acá. Me va a ver
Prip! -Escondete, ¡Disimulá!

Miré hacia el puesto de Fusa, y ahí entendí de qué hablaban. Corriendo para escapar de la lluvia, apretando su bolsito contra el pecho, iba Orellana, hacia la esquina de la vía. Al llegar a la entrada de la calesita, el correntino se paró en seco, y se mandó para adentro.

Volví la vista al lugar donde debía haber estado Fusa, y lo vi, muchacho grande ya, girando agarrado de uno de los caños verticales de la calesita, tratando de manotear la sortija con cara de disimulo.

Prip! -Suficiente, Fusa. Tampoco hay que exagerar. Tordo, Popote, Pascua: Por hoy terminamos. Mañana a la noche, reunión en el club.

- CONTINUARÁ -
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domingo, 12 de junio de 2011

15 - El equipo


Apoyé el aparato en la mesa, y dirigí la mirada hacia la puerta del bar, tratando de no distraerme con el cartel municipal.

Justo en ese momento entró corriendo Johnatan, tratando de protegerse de la llovizna, y se fue hacia la cocina, dedicándole una mirada a Candela, que seguía parada en la puerta

Entrecerré los ojos para enfocar mejor el fondo del local, y pude ver cómo empezaba a bajar, por el hueco de la escalera de caracol, esa luz tenue que iba virando del naranja al azul, del azul al verde, y del verde de nuevo al naranja, para recomenzar el ciclo.

Me di cuenta en ese momento que mi observación desde ese puesto sólo iba a poder ser visual, porque no llegaban hasta la vereda ni el aroma a sahumerio ni la música extraña que solían acompañar a las luces.

Entonces se me ocurrió ver qué pasaba con la puerta celeste. Ví que seguía cerrada, pero pude comprobar que, en los vidrios verticales se reproducían ahora, en perfecta sincronía con lo que estaba ocurriendo en el fondo, los cambios de color de la luz

Tal como ya lo había verificado aquella vez que, intentando obtener información de doña Moderación me tocó presenciar el "show" (como lo acababa de definir Anchoa), la actividad en el interior del bar no parecía verse afectada por el fenómeno. Todos, por lo visto, estaban acostumbrados: la encargada seguía sentada detrás de la caja registradora, aparentemente haciendo un recuento de la recaudación de la mañana. El cocinero vikingo/croata se movía de un lado a otro de la cocina haciendo sus cosas de cocinero. Johnatan barría desganado el piso del local, aprovechando que no había ni un solo cliente, sin dejar de llenarse la cabeza y el corazón de tangos trágicos mediante su aparatito de música. Y Candela se aburría en la puerta, cruzada de brazos y recostada contra el marco.
Sí: a su izquierda seguía, intrigante, ese cartel municipal antiguo pero flamante, que parecía haberse materializado de la nada esa misma mañana.

Prip! -¿Me copia, tordo?
Prip! -Sí hombre, lo copio.
No entendía muy bien la necesidad de tener que usar un léxico propio de radioaficionados para hablar por un aparato que, salvo por el asunto del botoncito ese que había que apretar, era prácticamente un teléfono celular. Pero sin darme cuenta, terminaba siguiéndole la corriente a Anchoa.
Prip! -¿Cómo ve la cosa adentro?
Prip! -Todo normal, casi aburrido si no fuera por las luces

Prip! -Me copiás, Fusa?
Prip! -¡Sí jefe, fuerte y claro! ¡Acá, en el puesto dos, sin novedades!
Prip! -¿Popote?
Prip! -¡Puesto tres, idem!
Me quedé helado: cuando más o menos me estaba habituando a la idea de dos puestos de observación, me vine a dar cuenta de que Anchoa había organizado un despliegue digno de una película de acción y espionaje. Y los otros dos observadores eran ni más ni menos que dos de los cuatro barrabravas de Excursionistas que formaban esa especie de guardia de honor que rodeaba a Anchoa en la tribuna. ¡Y estábamos todos intercomunicados!

Prip! -¿Pascua?
Prip! -¡Todo Ok en el cuatro, Anchoa! ¡Saludos de Cosme!
¡Cosme, el frutero! Giré inmediatamente en la silla, y ahí lo vi a Pascua, mordisqueando un kiwi, con su propio handy en la mano, entre los cajones de la frutería, al otro lado de la avenida. Otro miembro de la guardia.
Sólo faltaba El Soldado.

Prip! -¿Ya hizo la cuenta, tordo? A ése lo tengo en misión secreta
-¿Usted está loco? ¿En qué camándula me está queriendo met..
Prip! -Si no aprieta no escucho nada. Apriete para hablar y suelte para escuchar. ¡Pensé que ya se lo había aprendido!
Prip! -¡Es que me pone nervioso! A Pascua ya lo ví. Los otros dos que hablaron, ¿dónde caracho están?
Prip! -Fusa en la barrera, al lado de la calesita
Giré hacia mi derecha, y allá estaba, nomás, haciendo como que miraba si venía el tren. Pero sacó una mano del bolsillo, y me saludó disimuladamente con el pulgar hacia arriba.
Prip! -Ya lo veo ¿Y Popote?
Prip! -En la otra esquina, en el kiosco de diarios.
Esta vez giré hacia mi izquierda, y, como en las películas de espías, el tipo bajó el diario que simulaba leer, y me hizo un leve movimiento con la cabeza, de arriba hacia abajo.
Prip! -Ya está. Veo que se trajo al equipo completo.
Prip! -Je! Se hace lo que se puede, tordo.

Mientras tanto, en el fondo del bar y en los vidrios de la puerta celeste, las luces cambiaban de color cada vez más rápido. Miré hacia el primer piso, y como el cielo estaba oscuro, se podía apreciar que el fenómeno se reproducía también en las ranuras de las persianas que dan al balcón.

De pronto, tal como aquella vez, la luz quedó fija en el color naranja durante unos diez segundos, y comenzó a atenuarse lentamente, hasta apagarse.
Recordé que en aquella oportunidad, llegado este punto, también se atenuaba el aroma a sahumerio, y lo mismo pasaba con la música, que era reemplazada por aquel sonido tan extraño, y a la vez tan familiar.
Pero como desde mi puesto de observación solamente podía obtener información visual, decidí prestar atención a la actitud que adoptaban doña Moderación, Svebor, Candela y Johnatan.
Igual que esa vez, pude ver cómo los cuatro quedaron como suspendidos, mirando fijamente a un mismo punto en el techo del local, hasta que al cabo de unos segundos, retomó cada uno lo que venía haciendo

La llovizna, lejos de amainar, parecía querer progresar a lluvia, y, a pesar de tener el paraguas abierto, ya me estaba empezando a mojar. Así que me paré para pasarme a una de las mesas de adentro.

Entonces volvió a soplar Anchoa a través del handy:
Prip! -¡Siéntese, tordo! ¡Atentos todos! Empieza la segunda fase

- CONTINUARÁ -

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domingo, 5 de junio de 2011

14 - El cartel





Por supuesto, llovió.

Desde que salí para el bar, empezó a caer una llovizna molesta y persistente
De todas maneras, cuando llegué, me ubiqué como si nada en una de las mesas de la vereda, y, sin cerrar el paraguas, le hice señas a Candela, que estaba parada en la puerta, aburrida, cruzada de brazos, porque no había ni un solo cliente que atender.

-Buen día, tráigame un cafecito, por favor.
La piba, que se había acercado a la mesa dando saltitos como para no pisar ningún charco, me dijo:
-¿No querés ir a una de las mesas de adentro?
-No, gracias, prefiero acá. Está más fresco
Me miró raro. También me miraron raro unas mujeres que pasaban frente al bar. Supuse que les llamaría la atención ver a un tipo sentado en una mesa de la vereda, un día de lluvia, con el paraguas abierto, y con todo el bar vacío a su disposición.

Pero yo tenía mis razones para quedarme ahí. Era mi puesto de observación, como lo había denominado Anchoa, que dicho sea de paso, se estaba demorando, cosa nada habitual en él.

Aproveché la espera para ir analizando con atención todo el escenario, buscando algún detalle que me aportara algún dato útil a la investigación. Mecachendié. Ya estaba hasta pensando como si fuera un detective.

La puerta celeste estaba cerrada, y no se veía luz a traves de los vidrios.
Por la vidriera del bar, se veían dos o tres mesas vacías, la mesa de pool, más atrás la de billar cubierta con envases de cerveza y gaseosas, y más atrás todavía la escalera de caracol, a oscuras. Por la puerta, se alcanzaba a ver al fondo el mostrador, con doña Moderación sentada detrás de la caja registradora, quieta como un maniquí.
A sus espaldas, recortándose sobre la semipenumbra, la luz débil del pasaplatos, a través del que se veía un retazo rectangular de la cocina. La imagen me recordaba a un acuario, con la silueta de Svebor desplazándose hacia uno y otro lado, como un pez solitario.
En el balcón del primer piso no se veía a nadie: solamente el cartel con los anuncios de todos esos cursos, terapias y actividades extrañas.
Al lado de la puerta, había uno de esos carteles municipales de chapa blanca con letras azules. Juraría que nunca antes lo había visto, a pesar de que había estado sentado en las mesas de la vereda infinidad de veces.

-Acá tenés el cafecito. ¿Seguro no querés pasarte adentro?
Candela me había traído el café directamente en la mano, sin bandeja, con el plato tapando el pocillo, como un pequeño paraguas
-No, gracias, estoy bien acá.
Se encogió de hombros, y se fué rápido para adentro, esquivando charcos.

La llovizna no paraba, y Anchoa no aparecía

Intenté hacer más provechosa la espera, tratando de descubrir alguna otra pista, pero una y otra vez mi mirada volvía al cartel municipal. Caí en la cuenta de que la razón por la cual me llamaba tanto la atención, era que esos carteles, que habían sido obligatorios hace muchos años, habían quedado como resabio del pasado en algunos bares antiguos, y solían estar oxidados, y con el esmalte descascarado.
Pero éste parecía flamante, como recién colocado.
Entonces decidí tomar nota de los datos que ahí figuraban. Quién sabe, a lo mejor podían servir para aclarar algún punto oscuro.
Así que saqué del bolsillo interior del saco la libretita que siempre llevo conmigo, y una lapicera de las de antes, a tinta, como a mí me gustan, y, sosteniendo el paraguas entre la oreja y el hombro, para dejarme libres las manos, copié:

Bar, Billares y Despacho de Bebidas
de
F. Pernoglio
Expediente Nº 1238
Ordenanza Municipal Nº 2303/58

Cuando levanté la vista de la libreta, lo vi venir desde la esquina.

Estuve a punto de reprocharle la demora, pero cuando estuvo a unos metros, me di cuenta de que no era Anchoa, sino su alter ego, el Topo.
De lejos era difícil diferenciarlos.
Tal vez no eran tan parecidos en los detalles, pero en conjunto tenían una semejanza que pasaba sobre todo por la actitud. Ya lo había notado el día que fui a buscarlo a Anchoa a la cancha, y vi cómo el Topo lo reemplazó en su tarea de arengar a la hinchada con absoluta naturalidad

Cuando estuvo a mi lado, sin disminuir la velocidad que traía, seguramente para intentar mojarse lo menos posible, sacó de su campera un objeto de color negro, y lo dejó sobre la mesa, mientras me guiñaba un ojo, con su semisonrisa canchera.
Lo seguí con la mirada, y vi cómo cruzaba corriendo el paso a nivel, y doblaba a la izquierda, para el lado de la feria municipal.

Prip! -¿Me copia, tordo, me copia?
-¡Me recontracacho!

No pude evitar el sobresalto. Del objeto que el Topo había dejado sobre la mesa, que parecía un teléfono celular, salió el inconfundible soplido de la voz de Anchoa.

Me llevé el aparato al oído, y le contesté:
-Pero ¿Se puede saber donde se metió, que hace como una hora que lo estoy esperando como un estúpido abajo de la...
Prip! -Apriete para hablar y suelte para escuchar
Yo seguía con el coso ese pegado a la oreja, cada vez más fastidiado
-¿Que apriete a quién?
Prip! -¡Hágame el favor! ¡Sáquese el handy de la oreja y présteme atención!
Le hice caso, y vi que el aparatito tenía un botón al costado. Ahí entendí la instrucción de Anchoa. Así que apreté el botón y le dije:
Prip! -Le preguntaba por qué no vino acá, al puesto de observación, como habíamos quedado
Prip! -Quédese tranquilo, tordo. desde acá tengo un panorama más amplio.
Prip! -¿Pero dónde caracho está?
Prip! -Tengo un contacto acá en el edificio de enfrente, cruzando la avenida. El encargado me debe un par de favores
Me di vuelta, y lo vi, casi imperceptible, en la terraza. Me saludó con el brazo en alto
Prip! -Anchoa, ¿Me copia?
Prip! -¡Ja! ¡Aprende rápido!, eh?
Prip! -¡Déjese de joder, hombre! ¿Qué es lo que pìensa hacer?
Prip! -Me pareció que dos puestos de observación son mejor que uno. Usted observa de cerca, y yo veo el cuadro general.

La llovizna no aflojaba, y ya era casi el mediodía

Prip! -¡Tordo!
Prip! -Lo copio
Prip! -Atento. Empieza el show

- CONTINUARÁ -

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